miércoles, diciembre 17, 2008

VIAJE FANTASTICO A LA BIBLIOTECA DE SANTIAGO (O EL ATAQUE DE LOS OTAKUS)



“No, culiá, si yo toy segura que este culiao me está cagando

… vamos pa’bajo, hueona, este chuchesumare lo voy a encontrar y va a ver no má” le decía una semi-regordeta adolescente a otra más estilizada que arrastraba tomada de la mano por la explanada de la biblioteca con la furia y brusquedad del demonio de tasmania.

A simple vista parecían inconfundibles en su extravagante vestimenta. Pero de un momento a otro se esfumaban dentro de la masa uniforme de atuendos andróginos. “¿Por dónde podemos bajar?”, me pregunta la celosa buscadora que bien en su moda fantasiosa debió de
andar con un uslero también fantasioso escondido en alguna parte. Le indiqué una rampa por donde acceder al patio-subterráneo… y ahí se camuflaron entre el gentío que ví por matar la curiosidad que me despertaba la animosa voz poco entendible que invitaba entre retumbos de los amplificadores, emisores de una mezcolanza reggaetonera-manga tan extraña como sus seguidores, a reunirse en torno a él en un patio subterráneo de la Biblioteca de Santiago.

El espectáculo tan surrealista, tan burdamente onírico ya lo habría querido Tim Burton; el Quijote quizás lo hubiese visualizado como un nuevo planeta. Sorpresa: era una reunión de seguidores del estilo manga (creo que les llaman otakus), que en su conjunto debieron haber sido más de un par de cientos y que parecían impregnar el aire en ese lugar atiborrándolo de olores sintéticos de plástico, latex, escarchas y chicles de fruta.

Fue realmente impresionante ver que esa manada de adolescentes, que aún no acaban de desarrollarse, parecían realmente tener el juicio de realidad trastocado: chiquillos totalmente androgenizados, chiquillas bien pasaditas de kilos con unas tremendas minis jurándose …¿Sailor Moon?, otras con un largo pelo azul con chapes y la cara pintada como muñecas. Una andaba de negro con el pelo peinado tan rígido y perfecto como si fuera plástico y sobre él una cinta como de la Pata Daisy y llevando un vestido de niñita mientras chupaba un koyac. “Soy una dolly” le decía a un tipo de un gorro con dos cachos… ¿Aló? ¿Reapareció Baby Jane?, me pregunté en el momento.

Ahora un punto: si la Biblioteca es para ir a cultivarse, cómo permiten meter tanta bulla en sus puertas… y por lo visto en su casi vacío interior, ¿qué no queda más forma de atraer a los jóvenes dejando hacer estas actividades fomentándoles su juicio perturbado?
Siendo así no me extrañaría que quienes administran los bienes también tengan el juicio de realidad alterado… capaz que algún día veamos a Alcaíno creyéndose Pikac

hú o a la Michelle una Sailor Moon.


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