martes, octubre 17, 2006

CUANDO HABLÉ CON DIOS EN EL METRO

El metro tiene algo: poetas que se suben domingos por la noche, músicos con bombos y trompetas que hacen parecer el viaje una película de Kusturika…

Quien me escuchara contarle las cosas que he vivido pensaría que soy un mitómano o simplemente estoy loco: una vez tomé un taxi de un anciano que no me cobró y desapareció en la nada, otras se me ha aparecido y desaparecido gente en el super frente al asombro de las cajeras…

Estaba recordando una vez, hace años, que iba donde mi amiga Carola día sábado tipo 10 de la noche. Me fui en metro; y metro a esa hora hacia el centro es tener un carro casi para uno solo.

Recuerdo que me subí al carro, me senté junto a la ventana frente a una viejita bien pobre que comía nueces de un saquito. Nunca me olvidaré de la conversación. “Esto es fabuloso. Imagínese cómo hicieron esto (el metro)…Dios es tan grande que le da inteligencia a los hombres para que hagan esta maravilla… qué me dice usted… No, si mi Dios es maravilloso”

Absorto, yo la miraba sin decir nada. Plop. Recuerdo también que me ofreció de sus nueces. Saqué una, y aunque no me gustan la encontré agradable. “Esto –me dijo- es fruto del Señor que lo da para que comamos. ¡qué maravilla! Si Dios es maravilloso”, continuó ella. Asentí. Recién ahí empecé a dialogar con ella. Breve. Receloso (esta señora estará loca o es una evangélica fanática, pensé)

“¿Usted conoce a Dios?” me preguntó. Le dije que creo que sí. “El, me dijo, tú crees que me conoces, pero yo te conozco más a ti” continuó ella. “Nadie lo conoce bien. Yo hablo con él.” (pensé: “puede ser”)

-“Una noche le pregunté cómo había hecho todo y porqué hizo la Tierra redonda” -siguió ella luego de cosas que hablamos.- “Y me dijo: porque al ser redonda es infinita, no tiene principio ni fin en ninguno de sus puntos… y todo lo que la rodea también es redondo, porque todo es infinito.”

Ahí, me quedé de una pieza. Se veía una señora muy pobre, sin pinta de saber esas cosas… eso es lógica pura. Ahí pensé, debe ser cierto, capaz que hable con Dios, porque no puede llegar a estas conclusiones.

Recuerdo que llegamos a Los Héroes. La señora se bajó. Recuerdo que se despidió, me dio la mano y me puso otra en la cabeza. Las tenía raramente calientitas para el frío que hacía. “Que Dios lo acompañe y lo bendiga, hijo. Fue un gusto”

No atiné más que a decirle “Gracias, abuelita igualmente, que le vaya bien.” Y con una espontánea sonrisa de alegría la miré caminar con su pollera sucia y su chal raído por el andén a alguna escalera mientras el tren avanzaba hacia Santa Ana conmigo y una parte de Dios como únicos pasajeros de ese vagón.

Recién ahí me di cuenta que Dios tiene sus soldados, que no visten uniforme, son simples pero fuertes, están en cualquier lado y nunca piden, dan, y te recuerdan su Palabra y te invitan inconscientemente a multiplicarla. Dios existe. Es maravillosamente inteligente y lo más grande.

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