martes, septiembre 05, 2006

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No sé qué pasó. Todavía me lo pregunto. El tren volvió a pasar mientras estaba a la orilla del riel, empujándome con su abominable agresividad en este campo abierto como un estruendoso vendabal. El viento sopla muy fuerte. El cielo volvió a nublarse y el silencio toma vida, invadiendo cada rincón del infinito. Las nubes lo cubren todo y el sol parece que prefirió esconderse.

Sigo en pie, a pesar de todo, pero atento a que el tren regrese. Pero nada se oye, la gente no existe. Sur o norte dan lo mismo. Ya la muerte da lo mismo, ya no siembra miedo. Nada es tan pesado como para no cargarlo. No sé si sigo en el mismo lugar o si el mundo se ha seguido moviendo.

De pronto, el reloj que parecía detenido, avanzó vertiginosamente, desenfrenado, como un loco, y dio vuelta la historia. Se tomó el espejo que permanecía inmutable y transformó todo.

Quizás, es como siempre todo tenía que ser. El cielo es de los ángeles y el purgatorio para quienes quieren serlo. Si otros prefieren las llamas, que se quemen. Las fuerzas ya ni quedan y no sé cómo sigo aquí parado a la orilla del tren. Ya no hay gente, sólo hay nada. El cielo está nublado.

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