lunes, marzo 30, 2009

LA VOZ AUSENTE

Se habla del aborto y, como ocurre siempre que se discute un tema de incumbencia social-ética, quienes saltan a la palestra a imponer sus ideas son las siempre locuaces y vehementes figuras masculinas que se creen dueñas de la verdad: los curas, los diputados, los senadores, los abogados del movimiento pro-vida, montonera de juristas moralistas que ponen falsamente en boca de Dios criterios obstétricos, etc., ninguno de ellos que jamás han sabido realmente lo que significa un embarazo. Y digo “realmente sabiendo”, recordando a Piaget quien afirmaba que nadie puede saber realmente cómo es algo si no lo experimenta ni construye su conocimiento en base a sus experiencias. Quién puede tener propiedad de saber lo que es un embarazo si no tiene la praxis, si sólo conoce el tema por referencias bibliográficas o por experiencias ajenas, pero desconoce completamente (sino especula) lo que pueda sentir una mujer llevando un cuerpo extraño dentro suyo, que puede crecer, moverse, que le altera el ciclo biológico, el ánimo, la psique, la apariencia física.

En el extremo opuesto, saltan las voces eternamente reaccionarias, que hablan del tema autoatribuyéndose la propiedad egoísta y absoluta de defender la libertad femenina con una mentalidad fanáticamente totalitaria, en desmedro de cualquier análisis crítico.

No obstante, curiosamente la voz especialista, la del médico que conoce el problema que debe enfrentarse en ocasiones con problemas del embarazo, la mujer común que sabe lo que es llevar un cuerpo extraño, que puede seguir su ciclo esperado o perderse, con los efectos sicológicos que pueda provocar cualquiera de las dos situaciones, deben tomar una actitud sumisa frente a las soberbias voces que creen que por estar en alguna matriz del Estado tienen un conocimiento total de todo y no se dan cuenta que son como el rey del cuento de Andersen, que autoconvencido de llevar un traje invisible, se negaba a reconocer que se paseaba desnudo.

Pero lo que más extrañeza me despierta es ver que tenemos una presidenta, elegida por muchos aduciendo el acto complaciente de otorgarle la oportunidad a una mujer para gobernar, para aparentar al mundo nuestra pseudo-apertura idiosincrásica. Y sin embargo, la primera jineta del país no ha mostrado desde ese puesto lleno de significados, ser más que el florerito de la mesa, el cuadro bonito, la representación icónica en primer grado figurativo del eterno discurso demagógico de las igualdades y no el estandarte de lucha que se esperaba para la reivindicación del derecho femenino. En su último año, todavía las mujeres siguen ganando menos que los hombres, siguen sin recibir el tratamiento adecuado como víctimas de violencia y continúan creciendo las tasas de uxoricidios (mal llamados “femicidios”) y descartadas por el machismo legislativo de todas las discusiones sobre el derecho a la píldora y el aborto terapéutico.

No hay comentarios.: